Julios Evola, por Alain de Benoist

octubre 17, 2006

Julius Evola

Alain de Benoist

[Traducción: Santyago Rivas]

 

“Lo que sigue concierne únicamente al hombre que, comprometido en el mundo actual y para el cual la vida moderna está más allá del punto problemático y paroxístico, no pertenece interiormente a este mundo y se siente, por su esencia, miembro de una raza diferente a aquella de la mayor parte de los hombres de hoy en día” (Julius Evola, Cabalgar el tigre).

Talla alta, porte aristocrático, paralítico de las dos piernas tras un bombardeo durante la guerra, el filósofo Julius Evola escribió para un pequeño número de hombres, para aquellos que aun permanecen “de pie, entre las ruinas”. Murió el 11 de junio de 1974, a la edad de 76 años. Exactamente a las 15,15 horas, tal y como él mismo había predicho, dos años antes, a su amigo y discípulo Georges Gondinet. Sus cenizas fueron depositadas por su hijo Vittorio en la cumbre del Monte Rossa, en los Alpes italianos. Sobre la urna, siguiendo sus indicaciones, fue grabada una inscripción: «Non é caduto, é morto» («Murió, no es un caído»).

Julius Evola fue, en Italia, el más eminente representante de un pensamiento «tradicional» que él mismo hacía remontar a Joseph de Maistre, José Donoso Cortés, Taparelli d´Azeglio y Solaro della Margherita. Se le ha comparado con el alemán Ernst Jünger o, más justamente, con el francés René Guènon.

En el viejo conflicto entre los güelfos, partidarios exclusivos del papado, y los gibelinos, para quienes el Imperio Romano Germánico fue, mucho antes que la Iglesia, una institución de carácter sobrenatural, el corazón de Julius Evola militaba con los segundos.

Rebelión contra el mundo moderno

Nacido huérfano en Roma, el 19 de mayo de 1898, el barón Julius Evola fue educado desde la infancia en lengua alemana, y ya en su temprana juventud estaba familiarizado con las obras de Nietzsche, Michelstädter y Otto Weininger. Durante la Primera Guerra Mundial luchó como oficial de artillería en el frente alpino contra los austríacos. Tomó parte activa en los movimientos estéticos y culturales de vanguardia que se desarrollaron en Italia, especialmente el dadaísmo de Tristan Tzara y, en menor medida, el futurismo de Marinetti, como poeta y como pintor. En 1920 publicó, en Munich, un artículo sobre El arte abstracto, que supuso su consagración dentro del dadaísmo.

Pero su formación científica le impulsa a mirar más lejos. Una primera serie de ensayos traduce su interés por la filosofía (Fenomenología del individualismo absoluto, 1920), el esoterismo (La tradición hermética, 1931)) y el movimiento de las ideas (Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo, 1932).

Entre 1927 y 1929 fue el director de la revista «Ur». Un año más tarde, anima la revista «La Torre». <<La palabra «Ur» –explicará–, es una vieja denominación del «fuego». Pero también se relaciona con lo que es «primordial» u «original», sentido que aun conserva en la lengua alemana>>.

El año 1934 estará marcado por la publicación de la que sería su obra fundamental: Rebelión contra el mundo moderno. Se trata de una especie de manifiesto en donde Evola describe, para oponerles, <<dos tipos universales, dos categorías a priori de la civilización>>: el mundo moderno y el mundo de la tradición –una tradición que asocia al esoterismo occidental (la aventura templaria y el misterio del Grial) y a un retorno a las fuentes de la antigüedad precristiana y de un pasado «hiperbóreo»: <<Nuestras consideraciones se dirigen constantemente alrededor de una oposición entre el mundo moderno y el mundo de la tradición, entre el hombre moderno y el hombre tradicional, la cual más que histórica es ideal: morfológica e incluso metafísica>>.

De entrada, la idea de «progreso», con todos sus matices, es rechazada: <<Nada es tan absurdo como esta idea de progreso que, con su corolario de superioridad de la civilización moderna, se ha creado sus coartadas «positivas» falsificando la historia, insinuando en los espíritus mitos deletéreos, proclamando su superioridad en los mercados de la ideología plebeya, de la que forma parte>>.

Para Evola, el mundo moderno es <<un bosque petrificado en cuyo centro se encuentra el caos>>. Por consiguiente, la historia de los últimos dos milenios no es la de un progreso, sino la una involución.

Evola compara Occidente con un cuerpo: <<Después de haber estado vivos y ser móviles, los organismos son asaltados por la rigidez que transforma el cuerpo el cadáver, antes de llegar a la fase terminal de descomposición>>. <<Hemos entrado –precisa– en el último estado de un ciclo. El reino de la máquina, la expansión del materialismo, el igualitarismo invasor son sus signos manifiestos. Sobre la cultura europea se cierne el rodillo del americanismo, fundado, como el marxismo, sobre una concepción económica de la vida. Vivimos en la Era de las Sombras anunciada por los vedas hindúes (Kali-Yuga), la Edad de Hierro de la tradición clásica grecolatina, la Edad del Lobo del antiguo mundo nórdico. La tradición ha sido olvidada>>.

Habiendo así invertido la perspectiva histórica, Evola no disimula su prejuicio metodológico: <<En general, el orden de cosas del que nos ocuparemos, principalmente es aquel en el cual cada material que valga «históricamente» y «científicamente» es en cambio el material que menos vale; en donde aquello que en tanto mito, leyenda, saga, es destituido de su verdad histórica y de su fuerza demostrativa, adquiere en cambio justamente por esto una validez superior y se convierte en fuente para un conocimiento más real y más cierto (…) No sólo la roma de la leyenda nos hablará con palabras más claras que la temporal, sino también las sagas de Carlomagno nos dirán del rey de los Francos más que las crónicas y los conocimientos positivos de la época (…) Las verdades que pueden hacer comprender el mundo de la Tradición no son aquellas que se «aprenden» y se «discuten». Ellas son o no son: solamente nos podemos acordar de ellas>>.

Y concluye: <<Solamente un retorno tradicional en una nueva conciencia unitaria europea puede salvar al Occidente>>.

Desde el mismo momento de su salida, el libro hizo un gran ruido. El poeta Gottfried Benn, después de su lectura, se declaró «transformado». En Italia las reacciones son más mitigadas. Aunque vinculado de alguna forma a Mussolini, Julius Evola cuenta con un gran número de adversarios en las filas del partido fascista. El filósofo Giovanni Gentile le es particularmente hostil. El pesimismo aristocrático que se desprende de su obra no es el más conveniente para una época que practica el triunfalismo del mando. Su Imperialismo pagano, obra publicada en 1928, ya había enfurecido a los católicos e hizo enseñar los dientes a los medios concordatarios.

Evola continúa interesándose por el esoterismo. Después de La tradición hermética, publica El Santo Grial y la tradición gibelina del Imperio (1937), donde estudia los fundamentos de la mística caballeresca y de la concepción medieval del Imperio. La doctrina del despertar (1943) es un análisis sobe la ascesis del budismo; El yoga del poder, publicado el mismo año [traducido al español como El yoga tántrico. NdT], analiza los principios del tantrismo como doctrina adaptada al hombre del «Kali-Yuga». Sienta también las bases de una «antropología espiritual» y emprende, siguiendo el ejemplo de Ludwig Ferdinand Clauss (Rasse und Seele, 1933), una definición de la raza basándose en criterios no exclusivamente biológicos (El mito de la sangre, 1937; Síntesis de la doctrina de la raza, 1943).

En 1945 se encuentra en Viena mientras la ciudad sufre un violento bombardeo angloamericano. El techo de la habitación se derrumba y una viga le aplasta la columna vertebral. Evola es hospitalizado durante dos años. Sus miembros inferiores han quedado paralizados.

Regresa a Italia en 1948. Dos años más tarde, en un panfleto titulado Orientaciones, presenta una serie de nuevas ideas que más tarde desarrollará en Los hombres y las ruinas (1953). El panfleto le vale ser conducido a juicio acusado de «intentar reconstruir el partido fascista». La defensa de Evola se realiza en un clima altamente emotivo, en una inmensa sala repleta de partidarios y detractores. Las obras se suceden: Metafísica del sexo (1958), Cabalgar el tigre (1961), El camino del cinabrio, su autobiografía (1963), El arco y la maza (1968), etc.

El Estado orgánico

En Los hombres y las ruinas, Evola aborda directamente la cuestión política. Dirigiéndose a la joven «Destra» italiana, propone <<una visión general de la vida y una doctrina rigurosa del Estado>>. Al Estado moderno opone el ideal del Estado orgánico ya avanzada por Vico y Fustel de Coulanges, pero también por De Maistre y Donoso Cortés: el Estado en donde cada uno tiene su lugar –como, en un organismo, cada órgano tiene la suya. El Estado, dice, es un conjunto tan espiritual como físico. No es el «reflejo» de la sociedad. Es el agente que transforma y estructura la sociedad y que, asignándole un destino, hace de un agregado sin cohesión un verdadero conjunto elevado a la dignidad política.

<<El fundamento de todo verdadero Estado –escribe Evola– es la transcendencia de su principio; es decir, del principio de la soberanía, de la autoridad y de la legitimidad. La antigua definición romana de Imperium, por ejemplo, pertenecía esencialmente al dominio de lo sagrado: antes de expresar un sistema de hegemonía territorial supranacional, designaba la pura potencia del mando, la fuerza casi mística y la auctoritas propias a aquel que ejerce las funciones y ejerce la cualidad de jefe, tanto en el orden religioso y guerrero como en el de la familia patricia (gens) y del Estado (Res publica).

El Estado aparece así como una noción esencialmente masculina. Sus relaciones con el pueblo (la Patria, la Nación) son análogas a las del hombre con la mujer, del pater familias con su familia y también, sobre el plano de las creencias indoeuropeas, del cielo con la tierra. <<Así, en la Roma antigua, las nociones de Estado e Imperium, de potencia sagrada, estaban estrechamente vinculadas al culto simbólico de las divinidades del cielo, de la luz y del mundo superior, opuesto a la región oscura de las Madres y las divinidades ctónicas>>.

Cuando se agotaron los recursos del Imperium, cuando la población ya no fue capaz de percibir el sentido, cuando los jefes de Estado ya no pudieron extraer su legitimidad de «lo alto», intentaron extraerla de «lo bajo». Fue la democracia, el cesarismo, la dictadura y la tiranía: sistemas diferentes pero que, todos, extraen su poder y su legitimidad del demos, la masa amorfa cuyo ideal más profundo es la supresión del Estado.

De paso, Julius Evola denuncia la ilusión igualitaria como un simple absurdo lógico: <<Muchos seres iguales no serían «muchos», sino uno. Pretender la «igualdad de todos» implica una contradicción en los términos>>. Al contrario, en una sociedad jerarquizada pueden perfectamente concebirse diferentes <<niveles de igualdad>>: <<Mientras la idea jerárquica fue reconocida, las nociones de «par» y de «igual» fueron ideales aristocráticos. En Esparta, el título de omoioi, «los iguales», estaba exclusivamente reservado a la élite que detentaba el poder, y era revocable en caso de indignidad. Por lo mismo, en Inglaterra, el título de «par» (peer) estuvo, como se sabe, reservado a los lords>>.

Jean-Baptiste Vico, inspirador de Montesquieu, ya había dicho: <<Los hombres desean en primer lugar la libertad de los cuerpos, y después la de las almas; es decir, la libertad de pensamiento y la igualdad con los otros; quieren enseguida sobresalir sobre sus iguales y, finalmente, colocar a sus superiores por debajo de ellos>> (Sciencia nuova. II, 23).

Al mismo tiempo, Julius Evola distingue entre el verdadero elitismo y el bonapartismo y el maquiavelismo. En Bonaparte ve al sucesor de los condottieri del Renacimiento, de los tribunos de la plebe romana y de los <<tiranos populares>> surgidos en la Grecia antigua tras el declive de las aristocracias. Existe un bonapartismo cada vez que el jefe extrae su autoridad de un conjunto, cada vez que se presenta como un «hijo del pueblo» y no como representante de una humanidad consumada, afirmando un <<principio superior>>.

<<Mientras el concepto tradicional de soberanía y autoridad implica la distancia –escribe Evola–, tal sentimiento de la distancia despierta en los inferiores la veneración, el respeto natural y una disposición instintiva a la obediencia y la lealtad hacia el jefe, todo ocurre aquí a la inversa: por una parte del poder, abolición de la distancia; por la otra, aversión por la distancia (…) El jefe bonapartista ignora el principio según el cual, contra más vasta es la base, más debe elevarse la cúspide. Sucumbe al complejo de «popularidad», a las manifestaciones que le inspiran el sentimiento, ilusorio, de que el pueblo le sigue y le aprueba. Aquí, es el superior quien tiene necesidad del inferior para probar el sentimiento de su valor, y no al contrario, como sería lo normal>>.

Evola se posiciona así a favor de una ascesis del poder: <<Es bueno que la superioridad y el poder estén asociados, pero a condición de que el poder se funde sobre la superioridad y no la superioridad sobre el poder>>. También cita a Platón: <<Los verdaderos jefes son aquellos que no asumen el poder sino por necesidad, pues saben que únicamente a los mejores puede ser confiada esta tarea>> (La República, 347 c).

Deber militar y derecho a las armas

Por lo mismo, el <<estilo militar>>, que es uno de los aspectos de los valores heroicos, no debe ser confundido con el militarismo o con la guerra: <<La idea guerrera no conduce a un materialismo, no es sinónimo de exaltación de un uso brutal de la fuerza y de la violencia destructora. La formación calmada, consciente y dominada del ser interior y del comportamiento, el amor a la distancia, la jerarquía, el orden, la facultad de subordinar el elemento pasional e individual de sí mismo a principios y a fines superiores, siempre bajo el signo del honor y del deber, son los elementos esenciales de esta idea y el fundamento de un estilo preciso que debían en gran parte perderse cuando, los Estados en que todo esto correspondía a una larga y severa tradición de casta, fueron sustituidos por democracias nacionalistas, en donde el deber del servicio militar reemplazó al derecho a las armas>>.

Hoy en día, recuerda Julius Evola, las guerras están lejos de haber desaparecido. Al contrario, han devenido totales. Involucran a todo el conjunto de la población civil, forzada, en virtud del principio igualitario, a llevar el uniforme.

El hombre de élite, para Evola, no es pues el hombre de excepción, el genio ni mucho menos el excéntrico. Es <<aquel en el cual se expresa una tradición y una «raza del espíritu», que debe su grandeza no al hombre, sino al principio, a la idea –en una cierta impersonalidad soberana>>. Los criterios decisivos son así el carácter, la forma de espíritu, antes que la inteligencia. Porque <<la visión del mundo (Weltanschauung) puede ser más precisa en un hombre sin instrucción que en un escritor, más firme en el soldado, el miembro de una estirpe aristocrática o el campesino fiel a la tierra que en el intelectual burgués, el profesor o el periodista>>.

La visión del mundo no es (no puede ser) algo individual. Necesariamente, procede de una tradición. Es la <<resultante orgánica de fuerzas a las cueles un cierto tipo de civilización debe la forma que le es propia>>.

<<La cultura –precisa Evola– no deja de ser un peligro para aquel que ya posee una visión del mundo. Precisamente, porque dispone de una configuración interior que le sirve de guía para discernir, como en todos los procesos de asimilación orgánica, lo que puede ser asimilado y lo que debe ser rechazado (…) Una de las peores consecuencias de la «libre cultura» está en que los espíritus incapaces de discriminar según un juicio recto, los espíritus que no poseen una forma propia, se encuentran fundamentalmente desarmados, en el plano espiritual, frente a las influencias de todo género>>.

De nuevo, Julius Evola reafirma que él no se dirige a las masas, sino a los «egregori» (los «guardianes», en griego clásico): a aquellos que llevan en sí mismos la idea de una regeneración; a aquellos que son capaces de permanecer siempre de pie entre las ruinas. A los hombres bien nacidos Evola les dice que es inútil resistir directamente al caos ambiente: la corriente es demasiado fuerte para ser encauzada. Es mejor esforzarse en tomar el control de un proceso ya inevitable. <<Es necesario –escribe– determinar hasta qué punto se puede tomar partido en los trastornos destructores; hasta qué punto, gracias a una firmeza interior y una orientación hacia la trascendencia, lo no-humano del mundo moderno, en lugar de conducir hacia la infrahumanidad (como es el caso para la mayoría de sus formas actuales), puede favorecer las experiencias de una vía superior, de una libertad superior>>.

Una fórmula china resume este consejo: Cabalgar el tigre. Para así evitar ser mordido y, pudiera ser, para dirigir su curso.

Alcanzar una superación por lo alto

Lo que propone Evola, pues, es una contestación radical a la sociedad burguesa, pero una contestación inversa a la que vemos expresarse en la actualidad –que no es sino su antítesis relativa. No es a la burguesía en tanto que clase a la que se ataca, sino a la burguesía en tanto que forma de espíritu, <<a todo lo que revela la mentalidad burguesa, con su conformismo, sus repercusiones psicológicas y románticas, su moralismo y su deseo de una pequeña vida segura y un materialismo fundamental que encuentra su compensación en el sentimentalismo y la grandilocuencia humanitaria y democrática>>.

Por lo mismo, precisa, <<la burguesía, en toda forma de civilización tradicional, ocupa una posición social intermediaria entre la aristocracia guerrera y política y el pueblo, por lo cual existen dos maneras –una positiva y otra negativa– de superarla en tanto que categoría, de tomar posición contra el tipo, la civilización, los valores y el espíritu burgués. La primera posibilidad consiste en seguir una dirección que conduce hacia lo bajo; es decir, hacia los valores sociales marxistas o anarquistas opuestos a lo que llaman «decadentismo burgués» (…) El resultado no puede ser otro que una nueva regresión: hacia algo situado por debajo de la persona, no por encima de ella>>.

<<Pero existe otra posibilidad, a saber: una exigencia y una lucha contra el espíritu burgués, contra el individualismo y el falso idealismo, más decididas que la de los movimientos de izquierda, pero orientadas, esta vez, hacia lo alto. Esta segunda posibilidad está vinculada a un retorno de los valores heroicos y aristocráticos, asumidos de una forma clara y natural, sin retórica ni grandilocuencia. Porque se puede conservar la distancia frente a todo lo que no es sino subjetivo, se puede despreciar el conformismo burgués, su pequeño egoísmo y su pequeño moralismo, adhiriéndose a un estilo de impersonalidad activa, amar lo que es esencial y real en sentido superior, desligado de las brumas del sentimentalismo y de las estructuras intelectuales, consagrándose a una desmitificación radical, manteniéndose de pie, sintiendo la evidencia de aquello que, en la vida, va más allá de la vida, teniendo reglas precisas para la acción y para el comportamiento>>.

El partido de la Estrella Polar

En el momento de su desaparición, Julius Evola vivía en reclusión después de treinta años con las piernas muertas, entre sus mesas y sus libros, recibiendo a los amigos y cuantos pedían verlo. Convertido en el «maestro» de una parte de la «Destra» italiana, sobre todo de un creciente número de jóvenes, nunca dejó de ser atacado tanto por la extrema izquierda como por la democracia cristiana, que decía ver en él al ideólogo del neofascismo y de la subversión del sistema. Pero Evola siempre permaneció impasible, habiendo dejado dicho una sola vez, durante el juicio de 1950, que nunca se dejaría arrastrar al terreno de la polémica.

<<Las verdades de la tradición no se razonan ni se discuten: son o no son>>, repetía. <<El hombre de virtud no discute>>, dijo Lao Tse.

Animada por Gianfranco de Turris y por Vittorio Evola, la Fundación Julius Evola se ha propuesto velar por la conservación de los libros y los manuscritos dejados por Evola, así como <<defender los valores de una cultura conforme a la Tradición>>. La Fundación está instalada en el antiguo domicilio del maestro (Corso Vittorio Emanuele 197, Roma). En el interior, sobre la antigua mesa de trabajo de Evola, un pergamino enmarcado recuerda las palabras de Georges Gondinet pronunciadas durante su incineración: <<Pertenece al partido de la Estrella Polar>>.

[«Figuras», Vu de Droite]


Armin Mohler: una mirada. Alain de Benoist

octubre 14, 2006

Armin Mohler: una mirada

Alain de Benoist

Traducción de J.A. H. G.

 

Me parece que es Niekisch quien llamaba a Ernst Jünger «el hombre de los ojos» (der Augenmensch). Para mí, el hombre de los ojos es Armin Mohler. Al decir esto, no pienso solamente en su gusto por la pintura ni en sus sorprendentes conocimientos en el dominio artístico. No pienso tampoco únicamente en las conversaciones que ambos sostuvimos sobre este tema, ni en la exposición de Lovis Corinth en Munich que visitamos juntos hace ya un buen número de años; ni en el viaje que hice a México teniendo como única guía turística su artículo dedicado al «muralismo» mexicano (es decir, a las obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco y sobre todo David Alfaro Siqueiros). Todo esto se relaciona entre sí. Si no se hubiera volcado a la política, Armin Mohler sin duda habría sido uno de los mejores críticos de arte de su tiempo. Hay en él una vocación que podríamos denominar infinita si no hubiera sido objeto de una especie de transmutación. Mi convicción es, en efecto, que Armin Mohler mira la vida política y el desplazamiento de las ideologías a la manera de un artista y, más precisamente, a la manera de un pintor. Un sistema de pensamiento es para él, por principio, un paisaje que se revela, un panorama que se ofrece a las miradas. Así, cuando se pronuncia acerca de la Revolución Conservadora, es inicialmente para identificar sus Leitbilder, sus «imágenes conductoras». Y es en su predilección por la pintura –en detrimento de la música por ejemplo– que veo también la fuente de su «nominalismo»: tal y como lo representa el artista, un paisaje siempre nos remite a una escena particular, a un contexto determinado. Nada de ciencia del objeto total; no hay representación pictórica de una «realidad general».

La oposición entre música y pintura es fundamental. Por un lado la abstracción, así sea admirablemente armoniosa, y por el otro la particularidad concreta. Siempre a propósito de la Revolución Conservadora, Mohler dice además que prefiere explicarse por medio de imágenes que mediante conceptos. Se trata de nuevo del mismo principio: las imágenes siempre son concretas y particulares, los conceptos son, la mayoría de las veces, generales y abstractos. Wider die All-Gemeinheiten (contra la humildad del universo): he allí un propósito artístico. Pero este propósito nada tiene que ver con el simple reconocimiento de una especie de primado de la estética, que culminaría en la «estetización de lo político» de la que mucho se ha hablado. Su significación es más profunda. Se trata de reconocer que cualquier pensamiento es un asunto de formas, que cualquier saber tiene que ver con formas, que el fin mismo de la existencia humana es darse una forma y tener en la mira la excelencia de esta forma. Sin embargo, no hay una forma en sí. A veces he hecho desatinar a Armin Mohler diciéndole que negar la existencia de ideas generales representa, en sí, una de las ideas más generales que haya habido, pero en eso concordamos plenamente. Las ideas mismas son asunto de mirada. Y lo vemos por cuanto Mohler está algo predispuesto a adherirse a una religión que privilegie la escucha sobre la imagen – el icono– o a una filosofía que haga del hombre abstracto, desvinculado de su particular pertenencia, el centro de su reflexión.

Es justamente esta mirada la que permite a Armin Mohler ir siempre a lo esencial. Siempre me ha sorprendido ese rasgo en él: inmediatamente va a lo esencial; jamás se detiene en los detalles, en las florituras. Dentro de un sistema de pensamiento –porque lo ve precisamente como un paisaje– él extrae inmediatamente las líneas de fuerza, es decir, las perspectivas. Lo mismo en su escritura: siempre tiene la palabra apropiada, la palabra justa. Armin Mohler: the right word in the right place. Recuerdo que un día me dijo que la mejor forma de hablar de un libro era no tomar ninguna nota y, después de cerrarlo, limitarse a arrojar sobre el papel lo que se había retenido. Jamás olvidé esta lección (¡que mal que bien seguí!). De su gusto por lo esencial deriva su menosprecio por las conversaciones mundanas y las discusiones inútiles. Y si a veces parece un poco rudo con cualquiera, es porque detesta perder su tiempo y, aún más, que se lo hagan perder.

Otro rasgo que siempre me sorprendió en Armin es su independencia de espíritu y su rechazo a las ideas preconcebidas. Por supuesto que nuestros pensamientos no se forman solos, pues se construyen al entrar en contacto con otros; pero no hay un verdadero pensamiento personal que no sea autónomo en gran medida. Sin embargo, en el caso de Armin Moler dicha independencia de espíritu va más allá de la generalidad de los casos. No solamente es de un independencia perfecta respecto de las modas o las ideologías dominantes, como lo demuestran sus trabajos contra la Umerziehung (Reeducación) y el Charakterwäsche (Lavado de cerebro), que constituyen una especie de hilo conductor a lo largo de su obra –rasgo de una obstinada fidelidad al país que escogió– pero no es menos independiente respecto de los prejuicios de sus allegados o de quienes «piensan como él»; encuentro esta cualidad mucho más meritoria aún. Mohler no es de los que, de cara a un acontecimiento, una idea o una situación inédita, razonan en función de un a priori dictado por su pertenencia a cualquier «familia». No piensa cualquier cosa porque «haya que pensarla», sino porque él mismo está convencido de ella. Por lo mismo no tiene enemigos por principio; sólo adversarios a quienes siempre supo reconocer e incluso encomió sus cualidades. Ya se trate de escribir sobre los rascacielos de Chicago o sobre el «Pompidolium» parisino, en cualquier caso busca hacerse una opinión por sí mismo. Publica artículos sobre Irlanda, Francia, México o los Estados Unidos, pero nunca habla de países a donde no haya ido. Decide en función de lo que ha visto o de lo que ha leído, pero sin jamás presumir nada. A esto se suma su extraordinaria curiosidad, rasgo que le permitió, a lo largo de su vida, descubrir lo que la mayoría habría pasado por alto: la importancia particular de un Hans Blüher o un Friedrich Georg Jünger, el interés que revisten los trabajos de Zeev Sternhell, de Panayotis Kondylis o la escuela de Palo Alto. Ése discurrir es el de un explorador que marcha por delante de la tropa: descubre antes que otros los caminos a tomar, señala los paisajes por explorar.

Pero es también el de un solitario, de un Einzelgänger. En verdad, desde una perspectiva estrictamente nominalista, ¿qué podría tener de más particular que a sí mismo? El explorador debe preceder a la tropa, pero no se confunde con ella. Mohler no es hombre de grupos, de partidos, de reuniones de masas. El valor de su obra proviene de su originalidad, pero la originalidad nuca puede servir de voz de orden. Es admirado y amado, pero no tiene discípulos. Esto es quizá lo que le permite tener amigos que le son fieles tanto como él mismo es fiel en la amistad. Pues entre amigos la admiración y el amor siempre pueden durar, y no disminuyen entre sí, mientras que los discípulos no pueden mantenerse así so pena de traicionar a sus maestros.

Mohler, finalmente, y por todas las razones que acabo de exponer, es un hombre de lo real. «Sólo el monstruo –escribe Cioran– puede permitirse el lujo de ver las cosas tal como son». Armin Mohler es ese «monstruo». Nadie más ajeno que él a la utopía. Por supuesto que encontramos aquí su nominalismo, es decir, la mirada que no puede proceder más que a partir de situaciones particulares, a partir de lo que somos hic et nunc. Las ideas mismas no escapan a esta perspectiva: no valen más que en relación a situaciones concretas –y las mejores de ellas pueden volverse locuras o enfermedades. Es otra vez Cioran quien nos dice que «la ideología por sí misma no es buena ni mala. Todo depende del momento en que se adopte». Mohler es demasiado cuidadoso de los contextos –demasiado «consecuente» dirían los anglosajones– como para no convalidar de alguna manera esta afirmación. Y lo mismo vale para las enemistades. Como su maestro Carl Schmitt, Mohler jamás olvida que el adversario de ayer puede ser el aliado de mañana: Agon.

 

 

*

Hace ya tanto tiempo que conocí a Armin Mohler –al menos treinta años– que no recuerdo las circunstancias exactas en las que ocurrió. Tal vez fueron amigos italianos quienes, a inicios de los años sesenta, me hablaron por primera vez de él. En esa época, para mí sólo era el autor de la Konservative Revolution in Deutschland. Su libro fue una revelación. Para ser completamente honesto, debo decir que en ese momento, con mi vacilante alemán cuyos rudimentos había adquirido en el azar de los viajes, apenas era capaz de leer ¡el índice! Pero veía que allí se diseñaba un nuevo paisaje: la imagen de una «derecha» de convicción que no era ni liberal ni nazi –¡y moderadamente cristiana! Asombroso descubrimiento. Ingresé a este universo como a un apartamento que hubiesen amueblado antes de acuerdo a mis gustos. En el curso de los siguientes años yo iba a inventariar a detalle todas las piezas. Eso se tradujo en artículos, después en folletos, libros, traducciones. Desde inicios de los años setenta me ocupé de publicar en Francia la traducción de un enorme libro de Mohler, basándome en su edición alemana más reciente, y entonces la más voluminosa1. Necesité de veinte años para lograr este objetivo que cualquier editor consolidado habría considerado una locura. (Creo haber dedicado más tiempo a este proyecto que el que consagré a cualquiera de mis libros). En los países vecinos (pienso en particular en Italia) el libro tuvo paralelamente un efecto desencadenante. Hoy se ha traducido en toda Europa y lo comentan los autores de la Revolución Conservadora. Los mismos alemanes, que tardaron cierto tiempo en redescubrirlo, ¿sabrían que sin Armin Mohler indudablemente no habría pasado nada?

Me pregunto en términos más generales si los alemanes de hoy son concientes del papel que desempeñó Mohler en la difusión –en el seno de las «nuevas derechas» europeas– del patrimonio político-cultural de su país. Esto tampoco le importa mucho, pues los demás países europeos se interesan aparentemente más en Alemania ¡que lo que ésta se interesa en ellos! Pero el hecho es que Mohler ha sido en Europa uno de los mejores embajadores de su país de adopción y de elección. Y especialmente en Francia, donde pasó tantos años y conoció tanto mundo. Su origen suizo quizás le facilitó la tarea, y le ayudó a convertirlo en una especie de «puente» entre Francia y Alemania. Un puente frágil e incierto, además. Desde la época del general de Gaulle, Armin Mohler frecuentemente dio ejemplos franceses a los alemanes, tal y como yo proporcioné ejemplos alemanes a los franceses. ¿Hemos sabido convencernos el uno al otro? A veces tengo la impresión de que Francia y Alemania están destinadas a amarse o a detestarse, sin llegar jamás a comprenderse –quizá porque ambos países no son, sencillamente, del mismo sexo… Sea lo que fuere, el hecho es que Armin Mohler conocía admirablemente Francia; él mismo ha escrito muchos libros sobre ella –que no han sido traducidos al francés. Séame permitido añadir que no solamente conoce a Francia mejor que la mayoría de los alemanes, sino también mejor que muchos franceses. Ya se hable de Rivarol o de Joseph de Maistre, de León Bloy, de Sorel, de Céline, de Clément Rosset o de Cioran, él casi siempre tiene la palabra más justa.

 

 

*

Los recuerdos, también, son imágenes. Casi todos los momentos de mi vida en los cuales Armin Mohler y su esposa estuvieron presentes están en mi memoria. Pienso en nuestro amor común por las artes, las bibliografías y los gatos. En la inolvidable conversación en una pequeña plaza de Innsbruck. En los coloquios que nos reunieron en Niza, en Turín o en París. En el humor de Armin. En el vistazo que echa a las cosas. En las invitaciones a nuestras respectivas casas. En nuestros telefonemas. En sus letras, donde el nombre de la villa o del país invariablemente está escrito en el sobre con enormes caracteres, como si pensara ¡que los carteros están ciegos!

En Munich, Liebigstraße, Edith siempre vela por «Arminio» quien, como su amigo Michel Mourre, gusta trabajar de noche. La noche, en la que nos hemos sumergido por decenios. Durante todo este tiempo, en los sobres de mis cartas, escribía como destino «Alemania Occidental». Después, un día de 1989, pude escribir «Alemania» –así, en corto. Acabábamos de cambiar de siglo.

Querido Armin, qué suerte cambiar el siglo juntos.

 

Nota: 

1 Armin Mohler, La Révolution Conservatrice en Allemagne, 1918-1932, Puiseaux, Pardès, 1993, 894 pp., trad. de Henri Plard y Hector Lipstick. Igualmente publiqué en la revista Nouvelle Ecole –fundada en 1968– la traducción de seis artículos de Mohler: «Devant l’histoire. Quelques remarques non systématiques», n° 27-28, otoño-invierno de 1975, pp. 190-192, trad. de Paul Kornprobst; «Le tournant nominaliste. Un essai de clarification», n° 33, otoño de 1979, pp. 13-21, trad. de Henri Plard; «Le «muralismo mexicano», un art populaire de notre temps», n° 39, otoño de 1982, pp. 45-66, trad. de Henri Plard y Michel Rey; «Le «style» fasciste», n° 42, otoño de 1985, pp. 59-86, trad. de Henri Plard; «Schmittistes de droite, schmittistes de gauche et…schmittistes établis», n° 44, primavera de 1987, pp. 63-66, trad. de Jean-Louis Pesteil; «Kondylis, l’anti-Fukuyama», n° 47, 1995, pp. 119-127, trad. de Jean-Louis Pesteil.

 

[Texto aparecido en el Liber Amicorum Armin Mohler, publicado en ocasión de su 75° aniversario: Ulrich Fröschle, Markus Josef Klein y Michael Paulwitz [editores], Der andere Mohler. Lesebuch für einen Selbstdenker. Armin Mohler zum 75. Geburtstag, Limburg/M., San Casiano, 1995, pp. 25-30.]


Ernst Niekisch

octubre 8, 2006

Ernst Niekisch:
UN REVOLUCIONARIO ALEMAN

Jose Cuadrado Costa


Ernst Niekisch, nacido en 1.889 en una familia de artesanos, militante y periodista del partido Social-demócrata, fue elegido en 1.918 presidente del Consejo Central de Baviera. Convertido al nacionalismo durante su estancia en la cárcel, comenzó a publicar en 1.926 Widerstand (Resistencia) «Escritos para una política socialista y nacionalista-revolucionaria». Colaboró con la mayoría de personalidades relacionadas con NR (entre ellas Ernst Junger), y se convirtió en la figura proa, y principal teórico, del nacional-bolchevismo alemán y del anti-occidentalismo europeo. La revista dobló en seguida el número de simpatizantes (de 5 a 600 miembros, un movimiento de unas 5.000 personas) y se dotó del semanario Entscheidung (Decisión). El conjunto fue prohibido por los nazis tras subir al poder y Niekisch fue encarcelado algunos años después en una verdadera resistencia interior. Liberado por la Armada Roja el 27 de abril de 1.945, se afilió al Partido Comunista Alemán, y luego al Partido Socialista Unificado, formó parte de la dirección del Frente Nacional, fue diputado e impartió clases en la Universidad de Humbolt. Sin embargo, tras el aplastamiento de la sublevación del 17 de junio de 1.953, renunció a todas sus responsabilidades y se estableció en la Republica Federal, donde murió en 1.967. Su influencia sobre el europeismo revolucionario y el nacionalismo europeo resulta inconmensurable. 


Ernst Niekisch es tal vez la figura más representativa del complejo y multiforme panorama que ofrece el movimiento nacional-bolchevique alemán de los años 1918 a 1933. En él se encarnan con toda claridad las características y las contradicciones evocadas por el término de «nacional-bolchevismo» y que responden mucho más a un estado de ánimo que a una actitud activista, a una ideología de contornos precisos o a una unidad organizativa, pues este movimiento estaba compuesto por infinidad de pequeños círculos, grupos, revistas, etc., sin que hubiera jamás un partido que se calificara a sí mismo de «nacional-bolchevique». Es curioso constatar que casi ninguno de estos grupos o personalidades usó este apelativo (si exceptuamos la revista de Karl Otto Paetel, «Die Sozialistische Nation», cuyo subtítulo era»Nationalbolschewistische Blätter»), sino que el adjetivo les fue lanzado con carácter despectivo, teñido de sensacionalismo por la prensa y los partidos sostenedores de la República de Weimar, de la que todos los nacional-bolcheviques fueron encarnizados enemigos, no habiendo a este respecto diferencias entre los grupos procedentes del comunismo que incorporaron la idea nacional y entre los grupos nacionalistas dispuestos a asumir cambios económicos radicales y la alianza con la U.R.S.S. para destruir el odiado sistema nacido del Dicktat de Versalles.
Ernst Niekisch nació el 23 de mayo de 1889 en Trebnitz (Silesia). Era hijo de un limador que se trasladó a Nördlingen im Reis (Baviera-Suabia) en 1891. Niekisch realizó estudios de magisterio que termina en 1907, pasando a ejercer en Ries y Augsburg. No era corriente en la Alemania guillermina -aquel estado en el que había tenido lugar»la victoria del burgués sobre el soldado», en palabras de Carl Schmitt- que un hijo de obrero estudiara, por lo que Niekisch debió sufrir las burlas y la hostilidad de sus compañeros de clase. Ya en esta época estaba hambriento de saber («una vida de nulidad es insoportable», dirá) y devorado por un fuego interior revolucionario; se lanza sobre Hauptmann, Ibsen, Nietzsche, Schopenhauer, Kant, Hegel y Maquiavelo, a cuya influencia se añadirá la de Marx, desde 1915. Alistado en el ejército en 1914, serios problemas oculares le impiden llegar al frente, por lo que ejercerá, hasta febrero de 1917 funciones de inspección de reclutas en Augsburg. En octubre de 1917 entra en el Partido Socialdemócrata (S.P.D.) y se siente fuertemente atraído por la Revolución Bolchevique. De esta época data su primer escrito político hoy perdido, titulado significativamente «Licht aus dem Osten» en el que ya formulaba lo que será una constante de su acción política: la idea de la «Ostorientierung». La difusión de este folleto será saboteada por el propio S.P.D., en cuyo periódico de Augsburg «Schwäbischen Volkszeitung» colaboraba Niekisch.
El 7 de noviembre de 1918 Eisner proclama en Munich la República. Niekisch funda el consejo de obreros y soldados de Augsburg, y se convierte en su presidente, siéndolo igualmente del Consejo de Obreros, Campesinos y Soldados de Munich durante febrero y marzo de 1919. El es el único miembro del Comité Central que vota en contra de la proclamación de la primera República Soviética de Baviera, pues considera que ésta es la provincia alemana menos adecuada para realizar el experimento, debido a su carácter agrario. Sin embargo, a la entrada de los Freikorps en Munich, Niekiksch es encarcelado el 5 de mayo -día en el que pasa del S.P.D. al Partido Socialdemócrata Independiente (U.S.P.D.)-. El 22 de junio es condenado a dos años de prisión en fortaleza por su actividad en el Consejo de Obreros y Soldados, aunque no ha tenido nada que ver con los crímenes de la República Soviética Bávara. Niekisch cumple su sentencia íntegramente, pues si bien es elegido al parlamento bávaro como jefe de fracción del U.S.P.D., no será liberado hasta agosto de 1921. Entre tanto, se encuentra de nuevo en el S.P.D. debido a la reunificación con éste del U.S.P.D. (la anterior escisión se había verificado durante la guerra mundial).
Niekisch no está en absoluto de acuerdo con la política contemporizadora del S.P.D. – temperamentalmente era incapaz de soportar las medias tintas y los compromisos – y añadiéndose a ésta situación de disgusto las amenazas contra él y su familia (habiéndose casado en 1915 tenía un hijo), renuncia a su mandato parlamentario y se traslada a Berlín, donde entra en la dirección del Secretariado de la Juventud del Gran Sindicato Textil, un trabajo burocrático en el que tampoco se sentirá a gusto. Sus relaciones con el S.P.D. se van deteriorando paulatinamente, debido a que Niekisch se opone al pago de reparaciones a Francia y Bélgica y apoya la resistencia nacional cuando Francia ocupa la cuenca del Ruhr en enero de 1923. También se opone desde 1924 al Plan Dawes, que regula el pago de las reparaciones impuestas a Alemania en Versalles. Niekisch atacó frontalmente la postura del S.P.D. de aceptación del Plan Dawes en una conferencia de sindicalistas y socialdemócratas, enfrentándose con Frank Hilferding, principal representante de la línea oficial.
En 1925, Niekisch que es el redactor jefe de la revista socialista «Firn» («El nevero»), hace aparecer en una serie de folletos editados por ésta los dos primeros trabajos suyos que han llegado hasta nosotros «Der Weg der deeutschen Arbeioterschaft zum Staat» y «Grundfragen deutscher Aussenpolitik». Ambas obras testimonian una influencia de Lassalle mucho mayor que la de Marx/Engels -un rasgo que hace asemejar estas primeras tomas de posición de Niekisch a las que asumieron en la inmediata postguerra los comunistas de Hamburgo que se separaron del Partido Comunista Alemán (K.P.D.) para fundar el Partido Comunista Obrero Alemán (K.A.P.D.), bajo la dirección de Laufenberg y Wolffheim y que era decidido partidario de la lucha de liberación contra Versalles (este partido, que llegó a disponer de una base de masas bastante amplia ocupa un lugar destacado en la historia del nacional-bolchevismo»). En sus folletos de 1925, Niekisch propone que el S.P.D. se haga campeón del espíritu de resistencia del pueblo alemán contra el imperialismo capitalista de las potencias de la Entente, al tiempo que sostiene que la liberación social de las masas proletarias tienen como presupuesto inexcusable la liberación nacional. Estas ideas, unidas a su oposición a la política exterior profrancesa del S.P.D. y a su lucha contra el Plan Dawes le atraen la desconfianza de las altas instancias socialdemócratas. El célebre Eduard Bernstein le atacará por su actitud nacionalista en el periódico «Glocke». En realidad, Niekisch jamás fue un marxista en el sentido ortodoxo de la palabra; concedía al marxismo valor de crítica social, pero no de Weltanschaung e imaginaba al estado socialista por encima de cualquier interés de clase, como «ejecutor de los testamentos de Weimar y Könisberg» (es decir, de Goethe y Kant). Se comprende fácilmente que este género de ideas no fueran gratas a la aburguesada dirección del S.P.D…. Pero Niekisch no estaba aislado en el seno del movimiento socialista, pues mantenía estrechas relaciones con el «Círculo Hofpgeismar» de las Juventudes Socialistas, cuya ala nacionalista fuertemente influenciada por la «Revolución Conservadora», representaba. Niekisch escribió frecuentemente en la revista de este círculo «Rundbrief» del que saldrían fieles colaboradores cuando comience la etapa de «Widerstand», entre estos colaboradores estaba Benedikt Obermayr, que trabajaría con Darré en el Reichsmährstand.
Poco a poco, el S.P.D. empieza a deshacerse de Niekisch: por presiones de su primer presidente, Niekisch es excluído de su puesto en el sindicato textil y en julio de 1926 se anticipa con su marcha del S.P.D. al expediente de expulsión incoado contra él y cuyo resultado no era dudoso.
Comienza ahora el período que ganará para Niekisch un puesto en la historia de las ideas revolucionarias del siglo XX: considerando como altamente problemático el esquema «derecha-centro-izquierda», se esfuerza por reagrupar a las mejores fuerzas de la derecha y de la izquierda, (conforme a la célebre imagen de la «herradura», los extremos de ésta se encuentran más cerca entre sí que del centro) para la lucha contra un enemigo que se designa claramente: en el exterior el Occidente liberal y el Tratado de Versalles; en el interior, el liberalismo de Weimar. En julio de 1926 edita el primer número de la revista «Widerstand» («Resistencia») y logra atraer a fracciones importantes -por su número y por su activismo- del antiguo Freikorps «Bund Oberland», al tiempo que se adhiere al Alt Sozialdemocratische Partei (A.S.P.) de Sajonia, intentando utilizarlo como plataforma para sus planes de reunión de fuerzas revolucionarias. Se traslada para ello a Dresde, desde donde dirige el periódico del A.S.P.(«Der Volkstaat»), llevando a cabo una dura lucha contra la política pro-occidental de Stresemann, oponiendo al tratado de Locarno en el que Alemania reconocía sus fronteras occidentales como definitivas y su obligación de pagar reparaciones, el espíritu del Tratado de Rapallo (1922) en el que la Rusia Soviética y la Alemania derrotada-los dos parias de Europa- estrecharon sus relaciones solidarizándose contra las potencias vencedoras. La experiencia con el A.S.P. termina cuando este partido sea derrotado en las elecciones de 1928, quedando reducido a una fuerza insignificante.
Este fracaso no significa, ni mucho menos, que Niekisch abandone la lucha descorazonado. Al contrario, es en esta época cuando escribirá sus obras fundamentales:»Gedanken über deutsche Politik»,»Politik und idee» (ambas de 1929), «Entscheidung» (1930: su obra maestra), «Der Politische Raum Deutschen Widerstandes» (1931) y «Politik deutschen Widerstandes» (1932). Paralelamente a esta actividad publicista, continúa editando la revista «Widerstand», funda la editorial del mismo nombre en 1928 y viaja a todos los rincones de Alemania como conferenciante. La sola enumeración de las personalidades con que se relaciona (desde mayo de 1929 se traslada definitivamente a Berlín) es impresionante: el filósofo Alfred Baümler le presenta a Ernst y Friedrich Georg Jünger, con los que comienza una estrecha colaboración, mantiene lazos con el ala izquierda del N.S.D.A.P.: el conde Ernst zu Reventlow, Gregor Strasser (que le ofrecerá convertirse en jefe de la redacción del «Volkischer Beobachter») y Goebbels que se encuentra entre los admiradores más resueltos de su libro «Entscheidung» («Decisión»). También es determinante su amistad con Carl Schmitt.
En octubre de 1929, Niekisch es el animador de la acción juvenil contra el Plan Young (otro plan de «reparaciones»), publicado en el periódico «Die Kommender», el 28 de febrero de 1930, un ardiente llamamiento contra este plan, suscrito por casi todas las asociaciones juveniles alemanas -entre ellas la Liga de Estudiantes Nacional-Socialistas y la Juventud Hitleriana- y que fue seguido por manifestaciones de masas.
Los simpatizantes de su revista fueron organizados en «Círculos Widerstand», que celebraron tres congresos nacionales durante los años 1930-32, año éste en que Niekisch realiza un viaje a la U.R.S.S. en el otoño organizado por el ARPLAN (Asociación para el Estudio del Plan Quinquenal Soviético, fundada por el profesor Friedrich Lenz, otra figura destacada del nacional-bolchevismo).
Estos datos biográficos eran indispensables para presentar a un hombre como Niekisch que es prácticamente un desconocido y para poder comprender sus ideas, ideas que, por cierto, él no expuso nunca de un modo sistemático -era un revolucionario y un escritor de combate- y voy a intentar reconstruir a continuación.
Desde 1919 Niekisch era un atento lector de Spengler (lo que más nos puede sorprender en un socialista de aquella época en la que existía a nivel intelectual y político entre «derecha» e «izquierda» una interpenetración, casi diaria, una ósmosis, impensables en las circunstancias actuales). De él retendrá sobre todo, la famosa oposición entre «Kultur» y «Zivilisation». Pero sus concepciones políticas quedaron fuertemente marcadas por la lectura de un artículo de Dowstoyevski que ejerció gran influencia en la Revolución Conservadora a través del Thomas Mann de las «Consideraciones de un Apolítico» y de Arthur Moeller Van der Bruck «Alemania, Potencia Protestante»(del «Diario de un Escritor», mayo/junio de 1877,capítulo III). El término «protestante» no tiene aquí ninguna connotación religiosa,sino que alude al hecho de que Alemania, desde Arminius hasta hoy siempre ha «protestado» contra las pretensiones «romanas» al dominio universal, que han sido recogidas por la Iglesia Católica y por las ideas de la Revolución Francesa, prolongándose, como señalará Thomas Mann hasta los objetivos de la Entente que luchó contra Alemania en la I Guerra Mundial.
A partir de este momento, el odio del mundo «romano» se convierte en un aspecto esencial del pensamiento de Niekisch, pues las ideas de este artículo de Dowstoyevski vienen a reforzar sus propias concepciones. Niekisch hace remontar la decadencia del germanismo a los tiempos en que Carlomagno realizó la matanza de la nobleza sajona y obligó a los supervivientes a convertirse al cristianismo; éste es un veneno mortal para los germanos cuya función ha sido la de domesticar lo germano-heroico con el fin de hacerlo maduro para la esclavitud romana. Niekisch no duda en proclamar que «todos los pueblos que (debían) defender su libertad contra el imperialismo occidental (estaban) obligados a romper con el cristianismo para sobrevivir». El desprecio del catolicismo se acompaña en Niekisch de una exaltación del «Protestantismo» alemán, no en cuanto confesión religiosa (Niekisch censuraba ásperamente al protestantismo oficial, al que acusaba de reconciliarse con Roma en su común lucha anti-revolucionaria), sino en cuanto «toma de conciencia orgullosa del ser alemán» y «actitud aristocrática opuesta a los estados del alma de las masas católicas»; una posición muy similar a la de Rosenberg, defendiendo ambos la libertad de conciencia contra el oscurantismo dogmático (Niekisch comentó en su revista «El Mito del Siglo XX»).
Esta actitud hostil del imperialismo romano contra Alemania ha continuado a lo largo de los siglos, pues «judíos, jesuítas y francmasones han sido quienes desde siglos han querido esclavizar y domesticar a los Bárbaros germánicos». La unanimidad del mundo contra Alemania, que se manifiesta sobre todo cuando ésta se ha dotado de un estado fuerte, se reveló con especial claridad durante la I Guerra Mundial, después de la cual, las potencias vencedoras impusieron a Alemania la democracia (vista por Niekisch como un fenómeno de infiltración extranjera) para destruirla definitivamente.
La primacía de lo político sobre lo económico siempre fue un principio fundamental del pensamiento de Niekisch. Fuertemente influido por Carl Schmitt, y partiendo de esta base. Niekisch tenía que ver como enemigo irreductible al liberalismo burgués que valora sobre todo los principios económicos y no ve al hombre más que considerado aisladamente, como una unidad en busca de su exclusivo provecho. Individualismo burgués (con sus correlativos de estado liberal de derecho, libertades individuales, consideración de estado como un mal) y materialismo aparecen individuados en el pensamiento de Niekisch como características esenciales de la democracia burguesa. Al mismo tiempo desarrolla una crítica no original, pero si efectiva y sincera del sistema capitalista como sistema cuyo motor es el beneficio privado y no la satisfacción de las necesidades individuales y colectivas y que, además, genera continuamente paro. De esta forma queda designada la burguesía como enemigo interior que colabora con los estados occidentales burgueses que oprimen a Alemania. El sistema de Weimar (encarnado en demócratas, socialistas y clericales) representaba lo opuesto al espíritu y voluntad estatal de los alemanes y era el enemigo contra el que había que organizar la «Resistencia». El de «Resistencia» es otro concepto fundamental en la obra de Niekisch. La revista del mismo nombre lleva bajo el subtítulo (primero: Blátter fur sozialistische und nationalrevolutionäre politik, luego: Zeitschrift für nationalrevolutionäre politik) una reveladora frase de Clausewitz:»La resistencia es una actividad mediante la cual deben ser destruídas tantas fuerzas del enemigo que éste tenga que renunciar a sus propósitos». Si Niekisch consideraba posible esta actitud de resistencia es porque creía que la situación de decadencia de Alemania era pasajera, no irreversible y aunque a veces señalara que su pesimismo era «ilimitado» hay que considerar sus declaraciones en este sentido como meros efectos retóricos, pues su contínua actividad revolucionaria es la mejor prueba de que nunca cedió al pesimismo y al desánimo.
Hemos visto quien era el enemigo contra el que había que organizar la resistencia: «la democracia parlamentaria y el liberalismo, la forma francesa de vida y el americanismo». Con la misma exactitud designa Niekisch los objetivos de la actitud de resistencia: la independencia y libertad de Alemania, la alta valoración del estado, la recuperación de todos los alemanes que se hallan bajo dominio extranjero. Consecuente con su rechazo de los valores económicos, Niekisch no contrapone a este enemigo una mejor forma de distribución de los bienes materiales y el logro de una sociedad de bienestar. Más adelante veremos como jamás le interesaron los aspectos meramente socio-económicos de la Revolución Rusa ni de la actitud del K.P.D.; lo que Niekisch buscaba era la superación del mundo burgués, cuyos bienes hay que «desterrar ascéticamente». El programa de «Resistencia» de 1930 no deja dudas a este respecto: en él se pide «el rechazo decidido de todos los bienes que Europa acaricia (punto 7a), la retirada de la economía internacional(7b), la reducción de la población urbana y la reconstrucción de las posibilidades de vida campesina (7c-d), la voluntad de pobreza y un modo de vida simple que debe oponerse orgullosamente a la vida refinada de las potencias imperialistas occidentales (7f) y, finalmente, la renuncia al principio de la propiedad privada en el sentido del derecho romano, pues ‘a los ojos de la oposición nacional, la propiedad no tiene sentido ni derecho más que si implica el servicio del Pueblo y del Estado'».
Para realizar sus objetivos, que Uwe Sauermann define con acierto como idénticos a los de los nacionalistas, aunque los caminos y medios para conseguirlos sean nuevos, Niekisch busca las fuerzas revolucionarias adecuadas, no puede sorprender que un hombre procedente de la izquierda como él se vuelva en primer lugar al movimiento obrero. Constata Niekisch que el abuso que la burguesía ha realizado del concepto «nacional» empleado como cobertura de sus intereses económicos y de clase, ha provocado en el trabajador la identificación entre los términos «nacional» y «socialreaccionario», lo cual ha llevado al proletariado a separarse demasiado de los lazos nacionales para crear por sí solo un estado y aunque esta actitud del conjunto del movimiento obrero está parcialmente justificada no pasa desapercibido para Niekisch el hecho de que un trabajador en cuanto tal apenas es otra cosa que un «burgués frustrado sin más aspiraciones que la de lograr un bienestar económico y un modo de vida idéntico al de la burguesía». Esto era una consecuencia necesaria del hecho de que el marxismo es una ideología burguesa, nacida en el mismo terreno que el liberalismo y compartiendo con éste una valoración de la vida en términos exclusivamente económicos.
La responsabilidad de esta situación recae en gran parte sobre la socialdemocracia que «no es otra cosa que liberalismo popularizado» que ha obstinado al trabajador en su egoísmo de clase buscando convertirlo en burgués. Esta actitud del S.P.D. es la que le ha llevado después de 1918 no a la realización de la indispensable revolución nacional y social sino «a la búsqueda de cargos para sus dirigentes» y a convertirse en una «oposición» dentro del sistema capitalista, pero no en un partido revolucionario: «el S.P.D. es un partido liberal y capitalista que emplea una terminología socialrevolucionaria para engañar a los trabajadores». Este análisis es el que lleva a Niekisch a decir que todas las formas de socialismo basadas en consideraciones humanitarias son «tendencias corruptoras que disuelven la sustancia de la voluntad guerrera del pueblo alemán».
Muy influido por el «decisionismo» de Carl Schmitt, la actitud de Niekisch hacia el K.P.D. es mucho más matizada. En primer lugar, y en oposición al S.P.D., firmemente asentado en las concepciones burguesas, el comunismo descansa «sobre instintos elementales». Especialmente aprecia Niekisch en el K.P.D. su «estructura autocrática», su «aprobación en voz alta de la dictadura». Estas características posibilitan que pudiera utilizarse el comunismo como «medio» y que se pudiera recorrer junto con él «una parte del camino». Niekisch acogió con esperanza el «Programa de Liberación Nacional y Social» del K.P.D. (24 de agosto de 1930) en el que se declaraba la lucha total contra las reparaciones y el orden de Versalles, pero cuando este se reveló como mera táctica -orientada a frenar los crecientes éxitos del N.S.D.A.P.-, al igual que lo había sido la «línea Schlageter» en 1923. Niekisch denunció la mala fe de los comunistas en el problema nacional y los calificó de incapaces para realizar la tarea a la que él aspiraba porque eran «sólo socialrevolucionarios» y además «poco revolucionarios».
El papel dirigente en el partido revolucionario debería corresponder, pues, a un «nacionalista» de nuevo cuño, sin conexiones con el viejo nacionalismo (es significativo que Niekisch considerara al partido tradicional de los nacionalistas, el D.N.V.P., como incapaz para llevar a cabo la resurrección alemana porque se orientaba hacia la época guillermina, definitivamente desaparecida). El nuevo nacionalismo debía ser socialrevolucionario, incondicionado, dispuesto a destruir todo lo que obstaculizara la independencia alemana y el nuevo nacionalista, entre cuyas tareas estaba la de utilizar al obrero comunista revolucionario, debería tener la característica fundamental de querer sacrificarse y querer servir. Según una bella imagen de Niekisch, el comunismo no sería otra cosa que «el humo que inevitablemente asciende donde un mundo comienza a arder».
Se ha visto la imagen ofrecida por Niekisch de la secular decadencia alemana, pero en el pasado alemán no todo es sombrío; hay un modelo hacia el que Niekisch se volverá permanentemente: la vieja Prusia, o, como él dice: «la idea de Postdam», una Prusia que con su mezcla de sangre eslava puede ser el antídoto contra la Alemania romanizada. Es así como exigirá desde los primeros números de «Widerstand» la resurrección de «una Alemania prusiana, disciplinada y bárbara, más preocupada del poder que de las cosas del espíritu». ¿Qué significaba exactamente Prusia para Niekisch? O. E. Schüddekopf lo ha indicado exactamente al decir que en la «idea de Postdam» Niekisch veía todas las premisas de su nacional-bolchevismo: «El Estado Total, la economía planificada, la alianza con Rusia, el estado de espíritu antirromano, la defensa contra el Oeste, contra Occidente, el incondicionado estado guerrero, la pobreza… «. En la idea prusiana de soberanía reconoce Niekisch la idea que necesitan los alemanes: la del «Estado Total», necesaria en cuanto que Alemania, amenazada por un entorno hostil debido a su situación geográfica, necesita convertirse en un estado militar. Este Estado Total debe ser un instrumento de combate al que debe subordinarse todo -economía tanto como cultura y ciencia- para que el pueblo alemán obtenga su libertad. Es evidente para Niekisch -y aquí hay que buscar una de las razones más poderosas de su nacionalbolcvhevismo- que el estado no puede depender de una economía capitalista en la que oferta y demanda determinan el mercado; al contrario, la economía debe estar subordinada al estado y sus necesidades.
Durante cierto tiempo Niekisch confió en determinados sectores de la Reichswehr (pronunció muchas de sus conferencias en este ambiente militar) para realizar «la idea de Postdam», pero a comienzos de 1933 se distanció de la concepción de una «dictadura de la Reichswehr» pues no le parecía lo suficientemente «pura» y «prusiana» para ser la portadora de la «dictadura nacional», y esto se debía, por cierto, a sus conexiones con las fuerzas del dinero.
Otro de los aspectos clave del pensamiento de Niekisch es la primacía concedida a la política exterior (la única política verdadera para Spengler) sobre la interior. Sus concepciones al respecto están fuertemente marcadas por Maquiavelo (de quien Niekisch era un gran admirador, llegando a firmar varios de sus artículos con el seudónimo de Niccolo), y por su amigo Karl Hausofer. Del primero se conservará siempre su Realpolitik, su convicción de que la verdadera esencia de la política es siempre la lucha entre estados por el poder y la supremacía, del segundo aprenderá a pensar según dimensiones geopolíticas, considerando que en la situación de entonces y con mayor motivo en la actual -sólo tienen peso en la política mundial los estados construidos sobre grandes espacios- y como en 1930 la Europa Central no sería por sí sola más que una colonia americana, sometida no sólo a la explotación económica, sino a la «banalidad, a la nulidad, al desierto y a la vacuidad de la espiritualidad americana», Niekisch propone un gran Estado «desde Vladivostok hasta Vlessingen», es decir, un bloque germano-eslavo dominado por el espíritu prusiano en el que imperaría el único colectivismo que puede soportar el orgullo humano: el militar.
Aceptando decididamente el concepto de «pueblos proletarios» (como lo harían los fascistas de izquierda), el nacionalismo de Niekisch era un nacionalismo de liberación, desprovisto de chauvinismo, cuyos objetivos debían ser la destrucción del orden europeo surgido de Versalles y la liquidación de la Sociedad de Naciones, instrumento de las potencias vencedoras.
En un primer momento de su pensamiento, Niekisch soñaba con un «juego en común» de Alemania con los dos países que habían sabido rechazar la «estructura intelectual» occidental: la Rusia bolchevique y la Italia fascista (es una coincidencia más de las muchas que hay entre Niekisch y Ramiro Ledesma). En su programa de abril de 1930 pedía «relaciones públicas o secretas con todos los pueblos que sufren como el pueblo alemán de la opresión por las potencias imperialistas occidentales» (7-1). Entre estos pueblos contaba a la U.R.S.S. y a los pueblos coloniales de Asia y África. Más adelante veremos su evolución respecto al fascismo, ahora nos ocuparemos de la imagen que Niekisch tenía de la Rusia soviética. Ante todo, hemos de decir que esta imágen no era privativa de Niekisch, sino que era patrimonio común de casi todos los exponentes de la Revolución Conservadora y del nacional-bolchevismo desde Moeller van den Bruck, y lo sería también de los más lúcidos fascistas de izquierda: Ledesma Ramos y Drieu la Rochelle. Porque, en efecto, Niekisch consideraba a la revolución rusa de 1917 ante todo como una revolución nacional. Mucho más que como una revolución social. Rusia, que se encontraba en peligro de muerte por la infiltración de los valores occidentales ajenos a su esencia, «incendió de nuevo Moscú» para acabar con sus invasores, empleando como combustible el marxismo. En palabras del mismo Niekisch: «Tal fue el sentido de la Revolución Bolchevique: Rusia, en peligro de muerte, recurrió a la idea de Postdam, la llevó hasta el extremo, casi hasta la desmesura, y creó este estado absoluto de guerreros que somete la misma vida cotidiana a la disciplina militar, cuyos ciudadanos saben soportar el hambre cuando hay que batirse, toda cuya vida está cargada hasta la explosión de una voluntad de resistencia». Kerenski había sido solamente un testaferro de occidente que quería introducir la democracia burguesa en Rusia (Kerenski era, desde luego, el hombre en quien confiaban las potencias de la Entente para que Rusia continuara a su lado la guerra contra Alemania); la Revolución Bolchevique había sido dirigida contra los estados imperialistas de occidente y contra la propia burguesía extranjerizante y antinacional.
Consecuente con esta interpretación, Niekisch definirá el leninismo como «lo que queda del marxismo cuando un hombre de Estado genial lo utiliza para fines de política nacional» y citará con frecuencia la célebre frase de Lenin que se convertirá en un leit-motiv de todos los nacional-bolcheviques «Haced de la causa del pueblo la causa de la nación y la causa de la nación se convertirá en la causa del pueblo». En las luchas por el poder que tuvieron lugar en la jefatura soviética tras la muerte de Lenin, las simpatías de Niekisch iban dirigidas a Stalin, su hostilidad hacia Trotski (actitud compartida entre otros muchos por Ersnt Jünger y los Strasser). Trotski y sus partidarios encarnaban a los ojos de Niekisch a las fuerzas occidentales, el veneno del oeste, las fuerzas de descomposición hostiles a un orden nacional en Rusia. Por esto acogió con satisfacción la victoria de Stalin y dio a su régimen el calificativo de «organización de la defensa nacional que libera los instintos viriles y combatientes». El Primer Plan Quinquenal en el curso de la época en que Niekisch escribía era «un prodigioso esfuerzo moral y nacional destinado a lograr la autarquía». Era pues el aspecto político-militar de la planificación el que fascinaba a Niekisch, los aspectos socio-económicos (como en el caso de su valoración del K.P.D.) apenas le interesaban. Es así como pudo acuñar la fórmula: Colectivismo más planificación igual a militarización del pueblo. Lo que Niekisch apreciaba en Rusia es exactamente lo contrario de lo que pudo atraer a los actuales intelectuales marxistas degenerados: «la violenta voluntad de producción para fortalecer y defender el Estado, la barbarización consciente de la existencia… la actitud guerrera, autocrática, de la élite dirigente, que gobierna dictatorialmente, el ejercicio como forma de practicar la áscesis por un pueblo…». Era lógico que Niekisch viera en la Unión Soviética el compañero ideal de alianza para Alemania, ya que encarnaba los valores antioccidentales por los que abogaba Niekisch. Además, hay que tener en cuenta que en aquella época la U.R.S.S. era un Estado aislado visto con recelo por los países occidentales y excluído de todo sistema de alianzas, por no decir rodeado de Estados hostiles que eran prácticamente satélites de Francia e Inglaterra (Estados Bálticos, Polonia, Rumania), a lo que hay que añadir que hasta bien entrada la década de los treinta, la U.R.S.S. no formó parte de la Sociedad de Naciones ni tuvo relaciones diplomáticas con los E.E.U.U.
Niekisch consideraba que una alianza Rusia-Alemania era necesaria también para la primera, pues «Rusia tiene que temer a Asia» y sólo un bloque desde el Atlántico al Pacífico podría contener «la marea amarilla» de la misma forma que sólo con la colaboración alemana podría Rusia explorar los inmensos recursos de Siberia. Hemos visto porque razones Rusia se le aparecía a Niekisch como un modelo. Pero no se trataba para Alemania de copiar la idea bolchevique, de aceptarla sin más. Alemania -y aquí Niekisch comparte la opinión de todos los nacionalistas- debe buscar sus propias ideas y formas y si Rusia era ejemplar, la razón era que había organizado su Estado siguiendo la «ley de Postdam» y ésta debía volver a inspirar a Alemania organizando un Estado total antioccidental, Alemania no imitaba a Rusia, sino que recuperaba su especificidad, enajenada durante todos aquellos años de sometimiento al extranjero y que se había encarnado en el Estado ruso.
Aunque los acuerdos con Polonia y Francia tanteados por Rusia serán observados con inquietud por Niekisch, éste defenderá apasionadamente a la Unión Soviética contra las amenazas de intervención y contra las campañas llevadas a cabo contra ella por las confesiones religiosas: «el imperialismo católico ‘romano’ y sus lastimosos aliados protestantes», fue para Niekisch «una participación de Alemania en la cruzada contra Rusia que significaría… un suicidio. Este sería el reproche más esencial y convincente de Niekisch contra el nacionalsocialismo, con lo cual llegamos a un punto que no deja de provocar cierta perplejidad: la actitud de Niekisch frente al nacionalsocialismo.
Y esta perplejidad no es sólo nuestra; durante la época que estudiamos, Niekisch era visto por sus contemporáneos más o menos como un «nazi». Desde luego, la revista paracomunista «Aufbruch» le metía en el mismo saco que a Hitler en 1932; más matizada, la revista soviética «Moskauer Rundschau» (30 de noviembre de 1930) calificaba su libro «Entscheidung» de «obra de un romántico que ha sacado de Nietzsche su tabla de valores». Para críticos modernos como Armin Mohler «mucho de lo que Niekisch había exigido durante años será realizado por Hitler» y Fayé señala que la polémica contra los nacionalsocialistas, por el lenguaje que emplea «le coloca en el terreno de éstos». ¿Qué es por tanto, lo que llevó a Niekisch a oponerse al nacionalsocialismo?
Desde una óptica retrospectiva, Niekisch considera al N.S.D.A.P. hasta 1923 como un «movimiento nacionalrevolucionario genuinamente alemán», pero desde la nueva fundación del partido en 1925, éste le merece otro juicio al igual que se modificará su valoración del fascismo italiano. Lo esencial de las críticas de Niekisch hacia el nacionalsocialismo se encuentra en un folleto de 1932 «Hitler, ein deutsches Verhägnis» («Hitler, una fatalidad alemana») que apareció ilustrado con impresionantes dibujos de un artista de valor: A. Paul Weber. Dupeux señala acertadamente que estas críticas no se efectúan desde el punto de vista del humanitarismo y la democracia como es habitual en nuestros días y Sauermann le califica de «adversario en el fondo esencialmente semejante».
Niekisch consideraba como «católico», «romano» y «fascista» el hecho de dirigirse a las masas, llegó a expresar el «absurdo» (Dupeux), de: «quien es nazi será pronto católico». En esta crítica hay que ver para intentar comprenderla, la manifestación de una actitud muy común en todos los autores de la revolución conservadora que despreciaban como «demagogia» todo trabajo entre las masas y hay que recordar también que Niekisch no fue jamás un táctico ni un «político práctico».
Hay que relacionar asimismo su desconfianza hacia el nacionalsocialismo con los orígenes austríacos y bávaros de éste pues ya vimos que Niekisch consideraba con recelo a los alemanes del sur y del oeste como influidos por la romanización. Por otra parte, Niekisch reprocha al nacionalsocialismo su «democratismo» rousseauniano que cree en el pueblo. Para Niekisch, lo esencial es el Estado, siempre desarrolló un verdadero «culto del Estado», incluso desde su época socialdemócrata por lo que resulta por lo menos grotesco calificarlo de «sindicalista ácrata» (sic). Niekisch cometió errores graves en su estimación del nacionalsocialismo, como tomar en serio el «juramento de legalidad» pronunciado por Hitler en el curso del proceso al teniente Scheringer, sin sospechar que se trataba de mera táctica (en palabras de Lenin, un revolucionario debe saber utilizar todos los recursos legales e ilegales, servirse de todos los medios según la situación y esto Hitler lo realizó a la perfección), y considerar que Hitler se hallaba muy lejos del poder… en enero de 1933. Estos errores pueden muy bien explicarse, como ha hecho Sauermann, por el hecho de que Niekisch juzgaba al N.S.D.A.P. más basándose en su propaganda electoral que en el estudio de la verdadera esencia de este movimiento.
Sin embargo, el reproche fundamental concierne a la política exterior. Para Niekisch, repetidamente su admiración hacia Stalin en contraste por el absoluto desprecio que sentía hacia Roosevelt y Churchill. En marzo de 1937 Niekisch es detenido junto con setenta de sus partidarios (gran número de miembros de los círculos Resistencia habían cesado en su actividad, significativamente, al constatar que Hitler estaba llevando a cabo realmente la demolición del Diktat de Versalles que ellos habían combatido tanto). En enero de 1939 es juzgado ante el Tribunal Popular acusado de alta traición e infracción de la ley de fundación de nuevos partidos, y condenado a cadena perpetua. Parece que los cargos que más pesaron contra él fueron los manuscritos encontrados en su casa en los que criticaba a Hitler y otros dirigentes del III Reich. Fue encarcelado en la prisión de Brandenburgo hasta el 27 de abril de 1945 en que es liberado por tropas soviéticas, casi completamente ciego y semiparalítico.
En el verano de 1945 entra en el K.P.D., que, después de su fusión en zona soviética con el S.P.D. en 1946 se denominará Partido Socialista Unificado de Alemania (S.E.D.) y es elegido al Congreso Popular como delegado de la Liga Cultural. Desde este puesto aboga por una vía alemana al socialismo y se opone desde 1948 a las tendencias a la división permanente de Alemania. En 1947 es nombrado profesor en la Universidad Humboldt de Berlín y en 1949 director del «Instituto de Investigación del Imperialismo»; en este año publica un estudio sobre el problema de la élite en Ortega y Gasset. Niekisch no era desde luego, un «colaboracionista» servil: desde 1950 se hace claro que los rusos no quieren una «vía alemana» al socialismo, sino solamente tener un satélite dócil (igual que los americanos en la República Federal Alemana). De acuerdo con su costumbre, hace sus críticas abiertamente y va cayendo poco a poco en desgracia; en 1951 su clase es suspendida y el Instituto cerrado. En 1952 tiene lugar su excomunión definitiva en el órgano oficial del Comité Central del S.E.D. a propósito de su libro de 1952 «Europäische Bilanz». Niekisch es acusado de «…llegar a erróneas conclusiones pesimistas porque, a pesar del ocasional empleo de terminología marxista, no emplea el método marxista… su concepción de la historia es esencialmente idealista…». El golpe final lo constituyen los acontecimientos del 17 de junio de 1953 en Berlín, que Niekisch considera como una legítima sublevación popular. La subsiguiente represión destruye sus últimas esperanzas en la R.D.A. y se retira de la política.
A partir de ahora, Niekisch, viejo y enfermo se dedica con sus memorias a intentar dar a su antigua actitud de resistencia el sentido de oposición a Hitler, intentando borrar las huellas de su oposición al liberalismo. En esto fue ayudado por el círculo de sus pocos partidarios de antaño que habían sobrevivido. El más influyente de ellos fue su antiguo lugarteniente Josef Drexel, antiguo miembro del Bund Oberland y convertido en la segunda postguerra en el magnate de la prensa de Franconia. Esta tentativa puede explicarse, además por el mencionado estado de Niekisch, por sus pretensiones de lograr de la R.F.A. (vivía en Berlín oeste) una pensión por sus años de cárcel. Esta pensión le será siempre negada, a través de una interminable cadena de procesos. Los tribunales basaron su negativa en dos puntos: Niekisch había formado parte de una secta nacionalsocialista (sic) y había colaborado posteriormente en la consolidación de otro totalitarismo: el de la R.D.A.
Lo que hay que pensar de estos intentos de hacer inocuo a Niekisch se deduce de lo expuesto hasta aquí. La historiografía más reciente los ha desbaratado por completo.
El 23 de mayo de 1967, prácticamente olvidado, moría Niekisch en Berlín.
A pesar de que sus obras anteriores a 1933 son casi imposibles de encontrar por no haber sido reeditadas y haber desaparecido en gran parte de las bibliotecas A. Mohler señala que Niekisch vuelve a hacerse virulento, y fotocopias de sus escritos circulan de mano en mano entre los jóvenes alemanes desengañados del neomarxismo (Marcuse, Escuela de Frankfurt). La crítica histórica le concede cada vez mayor importancia como muestra la pequeña nota bibliográfica incluida a continuación de este hombre que se opuso a todos los regímenes habidos en la Alemania del siglo XX, hay que decir que jamás obró movido por el oportunismo. Sus cambios de orientación fueron siempre producto de su incesante búsqueda de un Estado que garantizara la liberación de Alemania y del instrumento adecuado para lograr este objetivo. Sus sufrimientos -reales- merecen el respeto debido a quienes mantienen consecuentemente sus ideas. Niekisch podría haber seguido una carrera burocrática en el S.P.D., haber aceptado el espléndido puesto ofrecido por Gregor Strasser, haberse exiliado en 1933, haberse callado en la R.D.A. …pero siempre fue fiel a su ideal y obró como creía que debía hacerlo sin tener en cuenta la disposición -explicitada en «Mein Kampf»- de Hitler a un entendimiento con Italia e Inglaterra y la hostilidad a Rusia eran los errores esenciales del nacionalsocialismo, pues esa orientación haría de Alemania un «gendarme de occidente». Esta crítica es mucho más coherente que las anteriores. La absurda confianza de Hitler en poder llegar a un acuerdo con Inglaterra, le haría cometer graves errores (Dunkerque por citar uno), sobre su alianza con Italia, determinada por el sentimiento y no por los intereses, lo que es fatal en política, él mismo se explicaría abundante y amargamente. Por lo que respecta a la U.R.S.S. entre los colaboradores de Hitler, Goebbels siempre fue partidario de un entendimiento, incluso de una alianza con ella, y ello no sólo en la época de su colaboración con los Strasser, sino hasta el mismo final del III Reich, como ha demostrado inequívocamente su último jefe de prensa Wilfred von Owen en su Diario («Finale Furioso. Mit Goebbels bis zum Ende») editado por vez primera -en alemán- en Buenos Aires (1950) prohibido en Alemania hasta 1974, en que apareció en la prestigiosa Grabert-Verlag de Tübingen, y esto mal que les pese a los antisoviéticos y pro-occidentales profesionales.
La denuncia que Niekisch realizó de toda cruzada contra Rusia adquirió tonos proféticos cuando evocaba en una imagen sobrecogedora «las sombras del momento en que las fuerzas… de Alemania, dirigidas contra el este, despilfarradas, excesivamente tensas, estallen… «.
«Quedará un pueblo agotado, sin esperanza y el orden de Versalles será más fuerte que nunca». No cabe duda que Ernst Niekisch ejerció durante los años 1926-1933 una influencia real en la política alemana a través de la difusión y aceptación de sus escritos en los ambientes nacionalrevolucionarios que lucharon contra el sistema de Weimar. Esta influencia no debe ser medida, ciertamente, en términos cuantitativos: la actividad de Niekisch nunca se orientó a la conquista de las masas ni el carácter de sus ideas era el más adecuado para ello. Para dar algunas cifras, diremos que su revista «Widerstand» tenía una tirada que oscilaba entre los 3.000 y 4.500 ejemplares, lo que está lejos de ser despreciable para la época y más tratándose de una revista bien presentada y de alto nivel intelectual; los círculos Resistencia agrupaban unos 5.000 simpatizantes, de los cuales unos 500 eran políticamente activos. Esto es poca cosa comparado con los grandes partidos de masas, pero la influencia de las ideas de Niekisch debe valorarse teniendo en cuenta sus conferencias, el círculo de sus amistades, al que ya nos hemos referido, sus relaciones en los ambientes militares, su actividad editorial y, sobre todo, la especial atmósfera de la Alemania de aquellos años, en la que las ideas transmitidas por «Widerstand» encontraban un ambiente muy receptivo en las ligas paramilitares, el movimiento juvenil, las innumerables revistas afines y también en las grandes agrupaciones como el N.S.D.A.P. el Stahlhelm y cierto sector de militantes del K.P.D. (como se sabe el paso de militantes del K.P.D. hacia el N.S.D.A.P. y a la inversa, fue un fenómeno muy común en los últimos años de la República de Weimar, aunque los historiadores modernos admiten que hubo una mayor proporción de revolucionarios que recorrieron el trayecto en el primer sentido, aun antes de la llegada de Hitler al poder). Con estas breves observaciones puede tenerse por cierto que la influencia de Niekisch fue mucho mayor de lo que haría pensar la mera consideración del número de sus simpatizantes.
El 9 de marzo de 1933, Niekisch es detenido por un grupo de S.A. y su domicilio registrado. Es puesto en libertad inmediatamente, pero la revista «Entscheidung», fundada en el otoño de 1932 es suspendida, Widerstand, por el contrario continúa apareciendo hasta diciembre de 1934 y la editorial del mismo nombre publica libros hasta bien entrado 1936. A partir de 1934 Niekisch viaja por casi todos los países de Europa, donde parece haber tenido contactos con círculos de la emigración. En 1935, en una visita a Roma, es recibido por Mussolini. No deja de emocionar representarse esta entrevista distendida y cordial entre dos grandes hombres que habían comenzado su carrera política en las filas del socialismo revolucionario. A la pregunta de Mussolini de qué tenía contra Hitler, Niekisch respondió: «Asumo vuestras palabras sobre los pueblos proletarios». Mussolini replicó: «Eso es lo que yo digo siempre a Hitler». (Recuérdese que éste escribió a Mussolini una carta -6 de marzo de 1940- en la que explicaba su acuerdo con Rusia porque «lo que ha llevado al nacionalsocialismo a la hostilidad contra el comunismo es sólo la postura -unilateral- judaico-internacional, y no, en cambio, la ideología del Estado -stalinista- ruso-nacionalista»). Durante la guerra, Hitler expresaría las consecuencias personales que pudieran derivarse. Su colaboración con el S.E.D. puede comprenderse, y más a la vista de como acabó.
Hoy que Europa está sometida a los pseudovalores del «Occidente» americanizado, sus ideas y su lucha continúan teniendo un valor ejemplar. Es lo que comprendieron los nacionalrevolucionarios de «Sache des Volkes» cuando, en 1976, colocaron en la antigua vivienda de Niekisch una placa con su frase: «O somos un pueblo revolucionario o dejamos definitivamente de ser un pueblo libre». 


Narciso Perales

octubre 5, 2006

Narciso Perales Herrero (La Línea de la Concepción (Cádiz), 3-IX-1.914 – Madrid, 18-VI-1.993), máximo y reconocido de manera general, representante de lo que se ha dado en llamar la «Falange Disidente». Luchador infatigable, Nacional-Sindicalista hasta la médula, Manuel Hedilla, legítimo sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la Jefatura Nacional de Falange Española de las J.O.N.S., poco antes de su muerte en 1.970, dijo de él «que era el único hombre capaz para Jefe Nacional de la Falange».

Estudiante de Medicina durante los años de la II República, en las Facultades de Granada, Sevilla y Valladolid, se inicia en la actividad política a los 19 años de edad de la mano del MOVIMIENTO ESPAÑOLA SINDICALISTA «MES» fundado en 1.933 por José Antonio. Junto a Juan Domínguez, en Sevilla, son los primeros adheridos al nuevo grupo, consiguiendo en las primeras semanas la integración de numerosos estudiantes.

Con motivo de las elecciones a Diputados del 12 de noviembre de 1.933, a las que concurre José Antonio, por la circunscripción de Cádiz y a resultas de un acto electoral en San Fernando en el que muere una persona, acompaña a éste, al mando de una escuadra de la recién nacida FALANGE ESPAÑOLA el resto de la campaña electoral.

El 4 de marzo de 1.934, asiste en el Teatro Calderón de Valladolid, al acto de unificación de FALANGE ESPAÑOLA y las J.O.N.S., participando junto a José Antonio y otros Camaradas en una refriega con elementos izquierdistas a la salida del mismo.

Año 1.935, a la fundación del SINDICATO ESPAÑOL UNIVERSITARIO «SEU» y dada su condición de estudiante, pasa al mismo, participando activamente en numerosos actos de propaganda y acciones en la Universidad, que frecuentemente acaban en batallas campales con contrarios, lo que le supone a la Delegación Sevillana de FALANGE ESPAÑOLA de las J.O.N.S., de las más activas de toda España, frecuentes asaltos y ataques a su Centro Social, clausuras del mismo por la Autoridad Judicial e innumerables multas.

El 30 de abril, formando parte de un grupo de 20 falangistas, se desplazan al pueblo de Aznalcóllar (Sevilla) donde el día anterior habían sido agredidos cinco militantes de la organización, resultando uno de éstos apuñalado, cuando intentaban vender el semanario «Arriba». Son agredidos a pedradas a la llegada y muere a consecuencia de una pedrada en la sien y de un disparo a quemarropa ya caído en el suelo, Manuel García Mínguez. Son heridos cinco vecinos del pueblo y muerto de un disparo el vecino que remató en el suelo a Mínguez. Cuando regresaban hacia Sevilla son detenidos y encarcelados. En el posterior juicio y defendidos por José Antonio, son acusados de homicidio, solicitando el Fiscal catorce años de prisión para cada uno de ellos. El 5 de octubre son condenados tres de los falangistas a dos años y once meses de cárcel, quedando absueltos los demás, entre éstos últimos Narciso Perales.

Por su participación destacada en estos hechos y en expediente de recompensas número 17 de Falange Española de las J.O.N.S, el Jefe Nacional, José Antonio, le concede la «Palma de Plata», máxima distinción dentro la organización.

Año 1.936, el 7 de Marzo y desplazado desde Valladolid, con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino, participa como orador, en un Teatro abarrotado de estudiantes, en Palencia, en un acto organizado por el «SEU».

El 12 de julio sale de la prisión de Valladolid, donde se encontraba encarcelado tras la ilegalización de la Falange por parte del Gobierno del Frente Popular, y se dirige a Granada, donde llega al día siguiente, como Delegado Territorial de la Falange andaluza, bajo la dirección del Secretario General, Raimundo Fernández-Cuesta, para realizar tareas organizativas.

En Granada le sorprende el Alzamiento Nacional, leyendo ante los micrófonos de Radio Granada, junto a Luis Rosales, la proclama de la Falange granadina, la noche del 20 de julio, fecha en que se produce el levantamiento en ésta ciudad.

Durante su estancia en Granada, pone orden en la caótica organización provincial, llegando a asumir personalmente la Jefatura de ésta del 19 al 27 de agosto.

En los días posteriores al fusilamiento de Federico García Lorca tuvo una participación destacada, evitando el procesamiento y las represalias que se abatían sobre los miembros de la Familia Rosales, falangistas, a los que algunos señalaban con dedo acusador, por haber dado cobijo en los primeros días del Alzamiento en su casa, al poeta.

Así mismo puso fin a la llamada «Escuadra Negra» de las milicias de Falange, que participaba en fusilamientos incontrolados en los alrededores de Granada.

En ese año organiza una reunión en Córdoba, donde se tratan los hechos acaecidos en la sesión de la Junta Política de la Falange, donde hubo un enfrentamiento entre Franco y Dionisio Ridruejo, motivado por el papel que debía desempeñar la Falange en el nuevo Estado. A consecuencias de ésta reunión son detenidos en la citada ciudad dos miembros del Consejo Nacional, bajo la sospecha de preparar un complot contra Franco. Nada pudo demostrarse en su contra, pero lo mismo que en el caso de Manuel Hedilla, en 1.937, con el decreto de unificación, la decisión de Franco de ejercer su autoridad se llevó a efecto sin reparos por parte del resto de la Falange.

Narciso Perales solicita ser relevado de su cargo de Delegado extraordinario en Granada, por no estar de acuerdo con Fernández-Cuesta, en cuya opinión el momento aún no era propicio para poner en práctica el programa original de la Falange.

A propuesta de Fernández-Cuesta es trasladado a Málaga, con objeto de no despertar de nuevo las sospechas de Franco sobre conatos de rebeldía y en Junio de 1.938 se incorporará de forma totalmente voluntaria al frente de Teruel.

El suyo fue uno de los focos gestos de protesta, aun siendo limitado.

Año 1.939, al finalizar la contienda Nacional es arrestado junto a Tito Meléndez y Eduardo Ezquer, bajo la acusación de formar el triunvirato dirigente de una ilegal FALANGE ESPAÑOLA AUTENTICA «FEA».

Año 1.942, siendo Gobernador Civil de León, es destituido y confinado durante más de un año en el Campo de Gibraltar, por oponerse activamente al fusilamiento de Juan José Domínguez, implicado en los sucesos, con carlistas, en el Santuario de la Virgen de Begoña, en Bilbao, ejecución que finalmente se llevó a cabo.

Cuentan, que siendo Gobernador sirvió un plato de aguadas lentejas a Franco en cierta recepción, diciéndole, «esto es lo que como la gente, excelencia».

En 1.944 es vuelto a confinar en Linares (Jaén), acusado de intentar reorganizar la Falange fuera de la disciplina de Franco.

Año 1.945, forma parte de un grupo de 30 falangistas y anarcosindicalistas de la CNT que crean la ALIANZA SINDICALISTA, con la intención de resucitar y formalizar unas relaciones que se remontaban, con intermitencias, a los primeros años 30. Escribe su manifiesto inicial y después de una sola reunión el grupo es denunciado a la policía y oficialmente no se pueden celebrar más sesiones. Sin embargo los falangistas siguieron reuniéndose, sin presencia anarquista, hasta los primeros años 50 y lograrían crear pequeños grupos en algunas provincias. Durante un tiempo Dionisio Ridruejo colaborará en los esfuerzos del grupo por fomentar el Nacional-Sindicalismo a través de cauces extraoficiales.

Año 1.959, firma como miembro fundador de los CÍRCULOS DOCTRINALES JOSÉ ANTONIO, grupo formado por falangistas de toda la vida y jóvenes miembros de las jerarquías del régimen, cuyo objetivo era «mantener viva la doctrina de José Antonio» y «salvar para el futuro la esencia revolucionaria del pensamiento Nacional-Sindicalista, personificado especialmente en José Antonio». No asistió a ninguna reunión al considerarlos políticamente muy confusos y al creer que se debía primar la práctica sindical y la búsqueda de apoyos fuera del Movimiento Nacional.

Año 1.960, junto a Ceferino Maestu, Patricio González de Canales, deciden resucitar una tertulia que había fundado José Antonio en la década de 1.930, «La Ballena Alegre». Se reunían, lo mismo que treinta años atrás, en el sótano del Café Lyon de Madrid. Al igual que el nombre y el recinto, se mantuvo la iniciativa y el carácter esencialmente falangista del grupo. Sin embargo la política del grupo de «La Ballena» era que todo el mundo podía asistir y participar, cualesquiera que fuesen su ideología y filiación política. La tertulia de «La Ballena», que no era una actividad organizada, sino que era simplemente una reunión semanal, constituía un intento más de reconstrucción falangista, después de la parálisis de la década precedente. Los principales protagonistas del intento eran miembros ya veteranos de la oposición falangista, a los que se habían unido un cierto número de falangistas más jóvenes procedentes del Frente de Juventudes. Durante alrededor de un año el grupo se reunía para discutir distintos aspectos del problema de revitalizar la Falange. Sus reuniones, no obstante, tuvieron un final abrupto, por orden del Ministerio de la Gobernación, después de una pelea, al parecer provocada por el miembro de los «Guerrilleros de Cristo Rey», Mariano Sánchez Covisa, en el curso de una de las sesiones. La policía intervino y poco después se prohibió la tertulia.

Año 1.963, principal líder de la oposición Nacional-Sindicalista y pese a su mala salud en ésas fechas, forma el pequeño y clandestino FRENTE NACIONAL DE TRABAJADORES «FNT», a fin de recuperar el sindicalismo Nacional, revolucionario y anticapitalista. A la vez que el «FNT» se crea una rama estudiantil, el FRENTE DE ESTUDIANTES SINDICALISTAS «FES».

Año 1.964, se producen dos intentos para encontrar una salida a la «Falange alternativa», surgidos en parte de las opciones consideradas y de los contactos hechos en «La Ballena Alegre». Participa junto a Ceferino Maestu en la salida de la revista «Sindicalismo», dirigida por ambos y uno de los gérmenes de «Comisiones Obreras». Así mismo promueven una serie de reuniones con trabajadores, en el distrito industrial de Villaverde (Madrid), en la primera de estas reuniones hubo siete personas, de las que cinco eran policías, en la última, pues fueron prohibidas al cabo de poco tiempo, había unos trescientos cincuenta obreros. La revista «Sindicalismo» salía, teóricamente, con periodicidad mensual, si bien en la práctica salía cuando la censura dejaba el suficiente texto para componer un número. Tuvo en último término el mismo sino que la mayoría de los anteriores intentos falangistas de formar un grupo de oposición, por orden del Ministerio de Información y Turismo, se prohibió su publicación terminantemente.

En este mismo año y hasta 1.967, dirige la revista «Juanpérez», dirigida a América Latina y que en su primer editorial lanzaba para definirse, cuatro consignas: «anticapitalismo, anticomunismo, catolicismo y justicia social».

Año 1.966, abandona el Frente Nacional de los Trabajadores y funda el FRENTE SINDICALISTA REVOLUCIONARIO «FSR», que toma como bandera la roja y negra y como símbolo una espiral negra, que representa la renovación desde dentro y hacia fuera, que el grupo aspiraba a realizar. El «FSR» quedó constituido por medio de una asamblea semiclandestina celebrada en Madrid y que supuso el retorno de Manuel Hedilla, tras veintinueve años de retirada, a la actividad política. Hedilla es elegido presidente y Narciso Perales, vicepresidente. La organización fue declarada ilegal, pero luchó por desarrollar contactos con elementos opositores de la izquierda trabajadora, apoyó una serie de huelgas ilegales e incluso discutió estrategias para un golpe de estado.

Posteriormente, en 1.968, tras una cierta tensión surgida dentro del «FSR», debido a la falta de consenso respecto a la línea política y aprovechando una ausencia, por motivos laborales, de Narciso Perales, el primero junto a un pequeño grupo de militantes y gentes de extrema derecha, se escinden en el FRENTE NACIONAL DE ALIANZA LIBRE «FNAL», menos radical que el «FSR» en su militancia Nacional-Sindicalista. De hecho Hedilla siempre se había opuesto a la inclusión de «revolucionario» en la denominación del «FSR». En realidad el «FNAL» aspiraba a ser una plataforma legal o una pantalla para el «FSR», con el objetivo de reagrupar los falangistas dispersos.

En 1.970 muere Hedilla, cuando el «FNAL» apenas había empezado a funcionar como grupo independiente, Narciso Perales no asumió la jefatura del «FSR/FNAL», sino que de común acuerdo, cedió el cargo a Patricio González de Canales.

Después de la muerte de Hedilla, los elementos ultras del «FNAL» dejan el grupo y el apoyo de los simpatizantes falangistas tendía a darse más bien al «FSR», que siguió actuando con independencia, bajo la dirección efectiva de Narciso Perales.

El «FSR» reforzado por antiguos militantes del «FNAL» inicia la década de los 70 con el objetivo de lanzar nuevos intentos de rescatar el Nacional-Sindicalismo, del oprobio y de relanzarlo en la diáspora de la Falange, mediante una actividad consecuente con el fin de recuperar el contenido del movimiento. Los dos grupos siguieron actuando de forma paralela, pero sus campos de acción eran distintos. El «FNAL» era un grupo intrafalangista que pretendía reconstruir una Falange unida desde dentro de las propias filas del Movimiento, recuperando a los falangistas antiguos y marginados. El «FSR», por otra parte, pese a las dificultades de la empresa, seguía buscando tener eco fuera de la propia Falange, sobre todo en las fábricas y demás lugares de trabajo.

Año 1.975, el «FSR» se desintegra y Narciso Perales se marcha del grupo, retomando unas viejas siglas, Falange Española Auténtica, para un nuevo proyecto.

Año 1.976, los llamados «hedillistas», antiguos afiliados al «FSR», «FNAL» y «CONS», celebran una reunión en Madrid que señala la constitución pública de «FEA», creada de forma embrionaria por Narciso Perales, el año anterior cuando abandona el «FSR». No obstante no asume la jefatura Nacional en el primer congreso celebrado este año.

Hasta el año 1.979, cuando se produjo la disolución de FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J.O.N.S. (AUTÉNTICA), denominación con la que finalmente fue inscrita la «FEA» en el registro de partidos políticos, el 26 de febrero de 1.977, tras ardua batalla legal al pugnar varios grupos por las siglas históricas, éste grupo desplegó un proselitismo y activismo considerable y cargado de acciones espectaculares, como el reparto gratuito de leche en Madrid, con motivo de la subida de precios del producto, gran cantidad de movilizaciones protestando por problemáticas de la sociedad de esa época, o el encierro protagonizado en la Secretaría General del Movimiento, reivindicando la legalización, que finalmente se produjo.

Las primeras elecciones generales dieron a la «Auténtica» cerca de cincuenta mil votos, habiendo presentado candidaturas en veintinueve provincias. Durante la campaña electoral surgen las primeras tensiones en la organización, que culminan con la dimisión de la Jefatura Nacional de Narciso Perales y un intento de abandono, reconsiderado finalmente, días antes del 20-N, celebrado en Alicante con asistencia de dos mil falangistas. A partir de esas fechas, ya nada será lo mismo en la «Auténtica», las discrepancias internas se multiplican e ideológicamente se pierde el rumbo.

En asamblea de militantes celebrada el 20 de febrero de 1.978 se produce una escisión secundada por un veinte por ciento de la militancia, que da origen a «FALANGE ESPAÑOLA AUTÉNTICA» que no será inscrita oficialmente hasta el 17 de enero del año siguiente.

El 4 de Diciembre de 1.978, en plena campaña del referéndum constitucional, un grupo de falangistas de «FE de las JONS (Auténtica)», ocupa la emisora de Radio Nacional de España en Madrid, resultando todos ellos detenidos, incluido Narciso Perales, el motivo haber difundido la citada emisora un comunicado de la «FEA» aprobando él Si a la Constitución, mientras se silenciaba que los primeros estaban por la abstención.

El 23 de diciembre de 1.979 se producía tras una lenta agonía, la disolución fe «FE de las JONS (Auténtica).

A principios de los 80, Narciso Perales protagoniza su última y definitiva aventura política, participa en la creación del MOVIMIENTO FALANGISTA DE ESPAÑA «MFE», heredero de la «Auténtica» y con el que puso fin a 50 años de apasionada lucha por la «revolución pendiente».

En el terreno profesional, destacar que ha sido el médico que más veces ha representado a España en foros internacionales y ha sido reconocido de forma mundial como Profesor en Medicina del Trabajo.

Dio su vida en mejorar la salud de los trabajadores, fueran de la ideología que fueran.

Aun hoy la Ordenanza de Salud e Higiene en el Trabajo que creara él, sigue en vigor.

Licenciado en Medicina y Cirugía, por la Universidad de Valladolid, curso de 1.936.

Doctor en Medicina, con una Tesis Doctoral en la Universidad de Madrid, sobre «Medicina del Trabajo».

Médico forense (excedente), de Asistencia Pública (excedente) y de la Beneficencia Municipal de Madrid, todo ello por oposición.

Comisionado por el Ministerio de Trabajo para el estudio y propuesta de organización de un Instituto Nacional de Medicina del Trabajo, Madrid 1.943. La propuesta fue aprobada y el Instituto creado en 1.944.

Miembro de la Comisión Internacional Permanente para la Medicina del Trabajo, 1.948.

Presidente de la Comisión Organizadora del III Congreso Nacional de Medicina y Seguridad del Trabajo, Madrid 1.951.

Secretario fundador de la Sociedad Española de Medicina del Trabajo, 1955.

Comisionado para el estudio de la creación y reorganización de los Servicios Médicos de Empresa, obligatorios en empresas de más de quinientos trabajadores, Madrid 1.956. Creados en agosto de 1.956.

Primer Director de la Organización de los Servicios Médicos de Empresa, 1.959.

Comisionado para el estudio y reglamentación de los Servicios Médicos a las empresas que ocupen más de cien trabajadores, Decreto 10-VI-1.959, Orden Ministerial 21-XI-1.959.

Vicepresidente de la Comisión Internacional Permanente y de la Asociación Internacional de Medicina del Trabajo, 1.963-1.966.

Presidente permanente de la Sociedad Española de Medicina y Seguridad del Trabajo, Madrid 1.965.

Profesor contratado en la Universidad de San Juan de Puerto Rico, curso de Medicina y Seguridad del Trabajo, 1.967.

Miembro Honorario de varias sociedades de Medicina del Trabajo extranjeras.

Cooperó en más de treinta congresos, jornadas o simposios médicos, como Presidente de ponencia, invitado especial o comunicante.

Presentó o publicó mas de cincuenta trabajos en congresos de la especialidad.

Fue médico particular de Manuel Hedilla y Dionisio Ridruejo, por citar algunas personalidades relevantes.

Estuvo casado con Justina Rodríguez de Viguri, primera mujer que militó en las J.ON.S., fundadora del SEU y falangista, como su esposo, hasta la muerte.